Lección 3 de supervivencia: Si algo puede transformarnos o desgastarnos en aislamiento, es la paciencia

“Tenemos que tener paciencia” es una de las frases que más he escuchado este mes. Es positivo que la palabra paciencia tenga tanta recordación en la mente de todos y un uso frecuente por ser de las más aclamadas virtudes o atributos del ser humano. Sin embargo, ocurre algo curioso que me detonó la idea de esta lección (similar a lo que pasa con la palabra Dios, que cuando se usa con cierta facilidad, se gasta).
El uso cotidiano de ciertos conceptos puede llegar a difuminarlos o distorsionarlos en tal medida, que amerita detenernos y rebobinar sobre cuál es su verdadero significado y aplicación. Si escuchamos cuando alguien nos demanda “tener paciencia” como quien propone tomar una taza de café, nos puede frustrar enormemente o dejarnos una sensación confusa que deriva en, como dicen en mi país (Venezuela): “¿Y cómo se come eso?”.
Todos entendemos el concepto básico, pero quizás dejamos de lado la posibilidad de tomar consciencia sobre cómo se puede cambiar algo que no nos gusta sentir o experimentar. No hay secretos, se trabaja igual que cualquier habilidad que desarrollamos siendo niños: con esfuerzo y dedicación. Aunque sea la asignatura que menos nos gusta, sabemos que es un deber y que, si no le prestamos atención, reprobaremos la “carrera” de la vida misma. Vivir con paciencia equivale al camino que todos anhelamos recorrer, a un ritmo más pausado, sin ansiedad o estrés permanente.
Mi ojo crítico ha leído y buscado incansablemente todo lo que ha podido para encontrar respuestas más tangibles y menos filosóficas para lo retos emocionales. Aunque todas son ciertas y la fe es un actor clave (no lo cuestiono), lo que sucede entre los gurús o los expertos en estos temas es que suelen querer distinguirse y elevan tanto en el lenguaje que, sin darnos cuenta, nos pierden en las aguas de la motivación momentánea y el “positivismo”.
La realidad y la rutina de la mayoría no consiste precisamente en tener tiempo para filosofar, indagar y entrar en estado introspectivo con verdadera atención. Por ende, se establece la dinámica que hemos aceptado como “normal” en la sociedad actual, donde la impaciencia llega a ser vista como algo plausible disfrazado de “sentido de urgencia” y de disciplina en exceso, mientras todos hablamos ligera y constantemente de la paciencia como una solución obvia, pero que no se puede palpar.
He visto que muchos de los que padecemos este síntoma y nos enfrentamos a diario con el sentimiento de desesperación: creemos que así somos, así nacimos, así es nuestra forma de ser y así moriremos (por una evidente resistencia al cambio). Mi recomendación durante esta cuarentena es que cada uno pueda redactar cuidadosamente su propio diccionario personal con este tipo de palabras trilladas que, de tanto decirlas, pierden todo su peso esencial y con el tiempo, su función.
Cuando ya tenemos el diccionario actualizado, entonces empezamos a ir al gimnasio emocional varias veces por semana. La paciencia suele ser uno de los ejercicios centrales del entrenamiento, comparable con la postura de plancha por unos largos minutos. Es transformadora cuando la vemos brillar (como cuando vemos los abdominales empezar a formarse en la panza) y tenemos, justamente, la paciencia necesaria para detectar cuándo aparece sin invitación y nos está demandando bajar el ritmo, ahí sí, con urgencia.
Es la cualidad que toca al tiempo y no es casualidad que en estos meses haya sido mencionada por doquier. No poder controlar el tiempo en el que van a suceder las cosas frustra y, si le añadimos el juicio que nos delata hacia quien insistimos en imponer nuestra premura, nos desgasta, pues sólo nos lleva a pelearnos con nosotros mismos. Creemos que nuestros tiempos son los correctos y los demás nos irritan porque en su aparente parsimonia, parecen estar dormidos en los laureles (o no, si tenemos una mirada objetiva).
Para acercarnos a responder la pregunta del ‘cómo se come eso’, les comparto un test basado en hechos de la vida real.
1. Marque con una X si se ha escuchado pensar o decir alguna de estas frases y tome nota:
- “Te cuento que yo si he trabajado mi paciencia. Fulanito me hace perder la paciencia todo el día y mira qué bien lo aguanto” (primer indicador de que estamos colapsados y seguimos evitando lo que nos toca trabajar).
- “Tengo mucha ansiedad, necesito hacer algo para calmarme”. Entonces, seguimos el impulso adictivo y decidimos comer, tomar, fumar, hipnotizarnos con Netflix, las redes y los chats por horas (sin poder controlar el tiempo, la cantidad ni el para qué lo estamos haciendo, desde la desesperación).
- “Pierdo el control y se me cruza un cable cuando alguien no me responde en el momento” (aunque no se lo digas por educación).
- “Quiero saber YA lo que va a pasar”. Es un clásico en temas de pareja, procesos de venta de proyectos o panoramas de incertidumbre económica como el de “después de la cuarentena”. La ansiedad por el futuro y la impaciencia son BFFs.
- “No voy a perder tiempo en esto”, mi favorita. Cortar a alguien y no dejarlo terminar una frase sin permitir que me explique lo que piensa porque estoy apurado o porque en el fondo, no me interesa su opinión (aquí el aderezo estrella es la falta de humildad).
- “Eso a mi no se me da bien” o “No tengo la paciencia para esto”. Cuando empiezas a hacer algo que toma tiempo y concentración de verdad, no puedes evitar sabotearte. Suele pasar con actividades como: meditar, leer un libro gordo, hacer rompecabezas, jugar ajedrez, limpiar profundamente y, la más jodida, encontrar tiempo de silencio para pensar en uno y cuestionarnos desde dónde o para qué hacemos lo que hacemos.
2. Ahora, invierta todas esas frases y comience a practicarlas cada vez que pueda en casa, en la oficina o con los amigos. Ahí encontrará los cómos.
Muchos de mis potenciales clientes, que genuinamente quieren sentirse mejor y crecer como personas, pero donde no llegamos a concretar la asesoría, nunca encuentran el tiempo ni el momento oportuno para detener su carrera contra reloj. Porque sin paciencia, claro que este trabajo parece absurdo ya que los resultados no se ven en dos días (aunque sí en dos semanas). Cuando entendí esto, dejé de tomarme personal un “no” y simplemente espero (paciente) a que decidan comenzar ese camino sin necesidad de una crisis, conmigo o sin mí.
Aquí entra otro actor en la ecuación: la dignidad. Tener tiempo para uno mismo es un sueño que jamás cumplimos porque de verdad creemos que no hay tiempo para esas cosas que son las que nos harían cambiar y darnos cuenta que nunca fue culpa del mundo, de los hijos, del trabajo ni de esa persona demandante. Siempre ha sido nuestra responsabilidad.
La adicción por aprovechar el tiempo al máximo sin permitirnos respirar, vivir y descansar, está muy arraigada en la cultura y en el inconsciente colectivo. Por eso, cuando aparece una estrella con la paciencia en su sitio, le lanzamos piedras y la ignoramos.
Me atrevo a decir, aunque es una mera percepción, que son los países y personas que no están en las noticias o en las redes vociferando soluciones inmediatas e incitando al caos, quienes han ido tomando medidas concretas, silenciosas y sin prisas, reduciendo por defecto las consecuencias de la crisis y con mejores resultados en todo sentido (pero tristemente esos ejemplos no suben el rating ni los views).
Por estas razones, pienso que el uso excesivo de la palabra nos ha hecho daño en vez de ayudarnos. El protagonismo que tiene en nuestra vida y en el funcionamiento de cualquier sistema (familia, empresa, países) nos grita constantemente que es la tarea pendiente que no está en la agenda de los gobiernos o en la propia, ¿Quiénes son los que quieren salir ya de casa, activar todo y volver a como estábamos? No los menciono, pero si analizas sus comportamientos sin pandemia, se ve fácilmente.
La paciencia todo lo alcanza, dijo Santa Teresa. Cuando alguien la domina a nivel maestro, ya no tiene miedo al futuro incierto y tiende a confiar más en los demás y en lo que vendrá, la definición de optimismo. Sabe que todo ocurrirá en el momento oportuno, dedica tiempo a encontrar los “cómo” y se ha dado cuenta de lo que está y de lo que no está bajo nuestro control.
Adriana Rodrigo
Fundadora y directora de Grupo Axius